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La manera en la que nos hemos venido relacionando hasta el momento con todas nuestras situaciones, configura nuestra identidad, nuestros hábitos, nuestras pautas, emociones y por supuesto, dirige nuestras acciones.
Pero para seguir siendo como creemos, necesitamos aferrarnos a todo aquello que nos refuerce en esa creencia. A veces necesitamos asirnos a la sensación de poder controlar, otras buscamos aprobación o seguridad. Lo cierto es que todo aquello que nos vincula con esas búsquedas es causa de sufrimiento.
Nos aferramos a nuestro ya clásico y aplastante “mas vale malo conocido que bueno por conocer”. Nos asusta perder el trabajo, cambiar nuestro lugar de residencia, ver crecer a nuestros hijos, o renunciar a una relación que ya nada nos puede ofrecer, aun cuando eso derive en infelicidad para todos los implicados.
Al fin y al cabo es un “descontento conocido”, frente a una nueva posibilidad en la que el temor nos nubla y ofrece visiones distorsionadas.
Nos identificamos con aquello que hacemos y tememos que si dejamos de hacerlo, dejaremos de ser.
Pero para avanzar en el camino, debemos soltar aquellas relaciones, sentimientos, hechos, situaciones o cosas que han dejado de nutrirnos. Dejar partir.
En ocasiones esa despedida es la de un ser querido para permitirle completar su propio círculo, un trabajo o un lugar, a veces un sentimiento persistente o una inquietud incómoda. En cualquier caso, si no dejamos ir esa infelicidad que nos provoca, reforzaremos ese sentimiento y seguiremos encerrados en la misma espiral.
Aceptar la muerte inevitable del lastre del pasado, es sellar un círculo en el que sólo nosotros podremos escoger la despedida adecuada.
Y es, ese gesto de aceptación cuando empezamos a cerrar el capítulo.
Aceptar no significa resignarse. No significa que debamos dar por buena cualquiera de esas inquietudes y aprender a vivir cohabitando con ella. Al menos ,no, cohabitando en una oposición constante.
Aceptar significa dejar de oponerse, como paso previo a la disolución.
El rio nada puede hacer para no perder su identidad en el abrazo del mar. De la misma manera nuestras más profundas inquietudes pierden toda su fuerza cuando dejamos de oponernos a ellas y optamos por dejar que se fundan a través de nosotros y se transformen.
Y en ese simple y gran gesto de rendición, empieza una esperada tranquilidad, una nueva mirada hacía delante, más ligeros, livianos y alegres.
Con esa fuerza que nos da el saber que día a día seguimos escogiendo los gestos apropiados para nosotros y los de nuestro entorno.